Baladas y Reflexiones
¡Un ejemplo de vida que deberíamos conocer!
¡Hola!… Hace años visité los campos de concentración de Auschwitz, situados en Polonia, y recuerdo cada instante y cada lugar como un monumento a lo peor del ser humano. Sin embargo, dentro del dolor y repugnancia por todo lo sucedido en ese sitio, hay extraordinarias vidas humanas que merece la pena conocer y en la medida de lo posible imitar. Siguiendo un corredor llegué a la celda en la que murió uno de los santos modernos más significativos, que nos enseña lo que representa la fidelidad a Cristo y el amor al ser humano.
Viviendo la Segunda Guerra Mundial, Polonia tuvo entre sus héroes de la Iglesia Católica al sacerdote franciscano Padre Maximiliano Kolbe, procedente de una familia polaca e inmensamente devoto de la Santísima Virgen, al igual que San Juan Pablo II.
De niño, acompañaba todos los años a su familia en peregrinación al Santuario de la Virgen de Chestokova. Una vez soñó que la Virgen le regalaba dos coronas, una blanca y otra roja. La blanca significaba pureza y la roja significaba martirio. A lo largo de su vida, tuvo la dicha de recibir ambas coronas. Un domingo, escuchó en el sermón de la misa que los padres franciscanos iban a abrir un convento.
En el año 1910, ingresó como franciscano, obtuvo su doctorado en filosofía y teología, siendo ordenado sacerdote en el año 1918.
Durante toda su vida demostró su amor a la Virgen, en Polonia fundó la ‘Ciudad de la Inmaculada’ y en Japón el ‘Jardín de la Inmaculada’, otra institución similar con el mismo éxito.
Fundó dos periódicos y una revista Católica que fueron destruidos cuando cayó una bomba atómica en la ciudad de Nagasaki, durante la Segunda Guerra Mundial. El Padre Maximiliano Kolbe estaba en Polonia cuando fue invadida por los alemanes y la ‘Ciudad de la Inmaculada’ quedó completamente destruida. A él y a sus colaboradores los llevaron prisioneros al campo de concentración de Auschwitz. En este lugar, sucedió un hecho que consagró al Padre Maximiliano Kolbe. Uno de los prisioneros se fugó y, según las leyes alemanas, debían morir diez de sus compañeros. Los formaron en uno de los patios y comenzaron a contarlos. Todos a los que les correspondía el número diez, debían dar un paso al frente. Un hombre al que le tocó este número dio un grito y exclamó: “¡Dios mío, tengo esposa e hijos! ¿Quién los va a cuidar?” Continuaremos…
Gracias por llegar hasta aquí. Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!